Desde siempre el mundo submarino ha supuesto una atracción en el ser humano, ya sea buscando comida, tesoros, curiosidad o simple demostración de poder.
Existen ilustraciones del año 4500 a. C. en el que se ven a personas sumergiéndose en busca de moluscos. A veces se mezclaba la realidad con la leyenda, ya que en aquellas épocas lo común era no saber nadar y mucho menos bucear, por lo que una persona que lo hiciera parecía un superhombre.
En el 360 a. C. Aristóteles describe una campana para albergar a un buceador. Era una caldera puesta del revés llena de aire con la que los buceadores sacaban objetos del mar.
En el año 23-79 d. C. Plinio el Viejo nombra un tubo respirador en el cual un extremo se mete en la boca y el otro queda fuera del agua, aunque ya en el año 500 a. C. Heródoto había dejado escrito que un buceador griego usaba juncos para nadar sin que le vieran.
A pesar de esta relación con el agua, no fue posible hasta la Edad Media, que el ser humano aguantara más tiempo debajo del agua del que le permitían los pulmones. Durante los siglos XVII y XVIII se desarrollaron las campanas de buceo, como la de Edmund Halley en 1691, a veces con motivos no científicos como el rescate de naufragios.
En 1715, el inglés John Lethbridge diseñó un barril de inmersión de madera, aprueba de presión, con una placa de cristal para ver y manguitos para los brazos. Al descender a los 20 metros el buceador podía mover los brazos, y de esta manera recorrer el lugar y recoger objetos. Este sistema es el precursor del traje de buzo, pero tenía el inconveniente de tener que salir hasta la superficie a rellenar el aire del barril.
En 1779, John Smeaton usa una bomba de vapor para suministrar aire a una campana de buzo permitiendo aumentar el tiempo de inmersión.
El avance de los descubrimientos del fondo marino da un salto en 1819, al comenzarse los diseños de la escafandra. Augustus Siebe, inventa en esa fecha un casco con una chaqueta fijada a la cintura. El aire llega desde la superficie gracias a un compresor. Juntándose con Gorman, desarrollan en 1937 una combinación estanca de peto metálico con un collarín al que se fija un casco. Todo ello se completa con unas botas con suelas de plomo, de donde viene el nombre de “pies pesados” permitiendo que el buceador andase derecho. El aire sigue llegando desde la superficie a través de un tubo, y se llega a alcanzar los 100 metros de profundidad.
Hasta la segunda Guerra Mundial este equipo se utilizó para todo tipo de actividades: militares, industriales, fotográficas, recogida de objetos marinos…
A mediados del s. XIX las consecuencias de respirar aire comprimido empezaron a aparecer entre los buzos y los trabajadores de cajones de suspensión.
Se intentaron evitar los accidentes de descompresión, mediante escafandras rígidas y articuladas, las cuales llegaban a pesar hasta media tonelada e impedían el movimiento por lo que no tuvieron mucho éxito.
En 1878 el filósofo francés se dio cuenta de que la enfermedad la causaba el nitrógeno, y obligó a los buceadores y obreros a volver a la superficie poco a poco.
30 años más tarde el fisiólogo escocés J.S. Haldane creo las primeras tablas de descompresión, comprobando mediante inversiones de buceadores hasta 65 metros de profundidad sus ventajas.
En 1865 Rouquayrol y Denayrouze inventaron el aeróforo, un regulador portátil que permitía bucear con un recipiente lleno de aire. El inconveniente es que solo contenía aire a 30 bar de presión, por lo que el tiempo disponible era escaso y debía conectarse rápidamente al tubo de aire que venía de la superficie.
En 1878, Henry Fleuss diseña el primer sistema autónomo, compuesto por una botella de cobre de oxígeno a presión. El aire espirado volvía a circular por el circuito, saliendo el dióxido de carbono e inyectando oxígeno para sustituir el consumido por el buceador.
En 1926 el comandante Yves Le Prieur, oficial de la marina prueba en una piscina de Paris una escafandra diseñada por él, compuesta por una botella de gas y un regulador. La llegada de aire es continua y se regula por un sistema de aguja de válvula. Este oficial también diseña una jaula anti-tiburones, fusiles de pesca submarina, un traje de buceo con reserva de agua caliente, compresores, carcasas estancas para cámaras…En 1930 el estadounidense Guy Gilpatric crea las primeras gafas modernas y el inglés Steve Butler el primer tubo de snorkel.
En 1935, el comandante de Corlieu, inspirado por Da Vinci, inventa las primeras aletas, para intentar ayudar al buceador a desplazarse por el mar.
En 1942 puede decirse que nació el buceo tal como hoy se conoce, cuando el ingeniero Émilien Gagnan y el comandante Jacques Costeau inventan la escafandra autónoma. Se conoce con el nombre de “bloc”, y estaba compuesta de una o varias botellas de aire comprimido y un regulador de dos fases, por donde respiraba el buceador. Estos ya existían antes pero se adaptan al buceo, permitiendo al buscador el suministro de aire a su antojo, y que las burbujas salgan por él, en vez de por la máscara.
Las primeras pruebas se realizan en 1943, sumergiéndose: Jacques Costeau, Frédéric Dumas y Philippe Taillez.
En 1961, el francés Maurice Fenzy diseño el primer compensador de flotabilidad de éxito comercial, permitiendo a los buscadores ajustar su flotabilidad en el agua.
Posteriormente los reguladores se han ido mejorando, así como el resto del traje aumentando el confort de los buceadores y permitiendo que el público general llegase hasta él. El equipo de submarinismo actual tiene la misma base que el de Costeau, aunque una multitud de objetos hacen que el buceo sea más seguro y agradable.
Actualmente es un deporte de atractivo mundial, ya que incluso en aquellos países que no tienen costa existen buceadores de lagos, ríos…
Es difícil estimar el número de buceadores que existen en el mundo, pero más de un millón de personas obtienen cada año el título.
Muchos buceadores piensan que futuro reside en el uso de respiradores, aparatos que poco a poco se van introduciendo dentro del buceo recreativo, ampliando el tiempo de inmersión.
También existe un interés por los vehículos sumergibles de uso privado, de momento al alcance de los ricos.
De todas maneras, sin usar ninguna ayuda, los límites del buceo mediante apnea siguen aumentando, llegando hasta marcas de 150 metros de profundidad.
Así mismo el uso de gases mezclados, permiten inmersiones más profundas y largas.